La exdocente, en la década de 1950, fue pionera en la actividad física femenina y abrió el primer gimnasio para mujeres en Córdoba. Hoy, a los 90, recuerda medio siglo de historia.
Marta charla animada e hilvana con detalle quirúrgico su recorrido de medio siglo en el campo de la educación física. De pronto, escucha un clic, gira la cabeza y su mirada intimida al fotógrafo, que baja la cámara. Suelta una sonrisa, que descomprime la escena.
Cumplió 90 y hace 20 se retiró de la actividad, pero su esencia no cambia. Marta Caram es una cordobesa pionera en la educación física que se atrevió a desafiar las normas sociales de mitad de siglo pasado que condicionaban a la mujer en ese ámbito.
Los estudiantes que pisan el Ipef seguramente se preguntarán quién es esa mujer que da nombre a uno de los gimnasios de la actual Facultad de Educación Física. Su labor trascendió largamente al puñado de líneas de la ajustada semblanza colgada en una placa.
Fue quien abrió el primer gimnasio para mujeres en Córdoba, impulsó un nuevo método de gimnasia, promovió una vestimenta más cómoda y la primera que incursionó en la gimnasia preparto.
Ayudó a romper esas estructuras que le permitían a la mujer hacer gimnasia, pero de forma “domesticada”. Docente de educación física durante más de 40 años, dejó una huella profunda.
Antes de cumplir los 20, Marta ya era maestra bachiller y profesora de educación física. Estudió ambas en paralelo. En la década de 1950, el Ipef se completaba en dos años. A los 16, ingresó y a los 19 ya tenía su título de profesora de educación física, con medalla de oro.
“Yo hacía teatro, jugaba pelota al cesto, competía en carreras”, recuerda. A diferencia de su hermana, “que era bailarina, tocaba el piano y de modos suaves”, ella se define como “una bomba atómica” que salía del molde.
Recién recibida, en 1952, la convocaron para cubrir una suplencia en el mismo centro educativo en el que cursó la carrera. Su primer desafío fue dar clases a jóvenes casi de su edad.
“El Ipef ha sido mi segunda familia, por no decir la primera”, dispara Marta. Comandó la cátedra de gimnasia durante 30 años, fue regenta y también rectora.
“La mujer hacía gimnasia solamente en el colegio”, revela. Marta contribuyó a modificar esa realidad: fundó el primer gimnasio para mujeres. Los gimnasios eran espacios escasos en aquel tiempo, los pocos que había estaban reservados a hombres.
“En esa época había gimnasia sueca, danesa y rítmica, un poco de danza clásica, pero no había desplazamientos, no había coordinación, no había trabajo muscular”, dice. Era una gimnasia “domesticada” para la mujer y no era fácil acceder a información de otro tipo de actividad.
Comenzó a viajar a Buenos Aires a capacitarse en “otro tipo de gimnasia”, basada en fisiología y anatomía del movimiento. Ahí, ella marca el inicio de su búsqueda.
“Mi padre, que era abogado, cerraba la puerta del escritorio y me decía: ‘Dale vos con tus gritos’”, recuerda. Es que comenzó en su casa con siete alumnas. Al tiempo debió mudarse: ya eran 100 y un poco más adelante, 300.
Le imprimió energía y música a lo que eran ambientes silenciosos, casi sacros. En sus clases, había música en vivo, con una colega que tocaba el piano y que “se adaptaba a la gimnasia”.
“Empecé a trabajar los abdominales y explicar a las chicas donde había que poner la fuerza”, recuerda. “Creé un estilo de gimnasia que después se puso bastante de moda, y mis alumnas me han seguido todas”, dice.
A pedido, escribió un libro para quienes ya no podían ir a sus clases, pero si podían realizar la actividad en sus hogares: así nació 15 minutos de gimnasia, 15 minutos por la vida, que repasa 100 ejercicios.
Al descubrir la importancia del pie, promovió la actividad con los pies descalzos. Decidió que las “zapatillas se quedaban afuera”. Lo que probaba en su gimnasio, lo replicaba en el Ipef. “Me criticaron, pero no me importó”, apunta. Marta vinculó la gimnasia con la medicina, y fue referente en cátedras de carreras de grado del campo de la salud.
Luego, siguió por la ropa: “¿Cómo iban a trabajar con blusitas con piqué almidonadas, bombachudos y polleras pantalón?, en mi gimnasio traían shorts para ver el trabajo muscular o pantalones”. Comenzaron a usar mallas o pantalones ajustados al cuerpo, similares a las calzas actuales, una transgresión para 50 años atrás. “Me hice tejer un enterito de gimnasia de lana al cuerpo; en esa época era pecado mortal”, ironiza. Ríe y hace reír.
Recuerda que en esos años las chicas tampoco usaban elementos de gimnasia deportiva como cajón de salto o barras de equilibro. Fue a buscar esa información a Estados Unidos y comenzó a incluir aparatos en las clases.
“Las mujeres conocíamos pelota al cesto y algo de vóley, de ahí no nos sacabas”, expone. “No había videos como ahora, la gimnasia era militarista, estricta, con la camisita, y las mujeres teníamos que ser así, el cambio lo produce Marta”, acota Matilde Rodríguez, exalumna y amiga, que participa del encuentro con este diario.
Fue pionera también en gimnasia preparto y posparto. “Antes la mujer embarazada debía hacer reposo, le decían que no hiciera nada. Pero ella comienza a dar gimnasia”, recuerda Matilde. Marta empujaba los límites.
Desarrolló su recorrido en la docencia de educación física siendo, a la vez, madre de cuatro hijos. Dice que eso templó su carácter y la hizo exigente. Su mayor orgullo –dice ahora– son las muestras de cariño que recibe de forma permanente de sus exalumnas.
Marta Caram fue titular de la cátedra de Gimnasia del Ipef por 32 años. Durante ese periodo, todas las materias, teóricas o prácticas, se dictaban de forma diferenciada entre hombres y mujeres.
Las cátedras se transformaron en mixtas en el plan que comenzó a implementar hace apenas 20 años, en 2000, cuando se unificaron los géneros.
“Ya no se separa más ninguna unidad curricular entre mujeres y varones, existe una perspectiva de género y las materias se dan a todes, mujeres varones y no binaries”, informaron desde la institución.
Alfonsina Caturelli (66) es profesora de música y comenzó a asistir al gimnasio de Marta cuando tenía 28. También había sido alumna del Ipef. “Ella encendió una antorcha en nosotras, que sigue prendida”, asegura. Alfonsina sigue dando clases: “Hay gente que empezó a asistir cuando la calle Maipú era angosta a los 18 años y hoy tiene más de 70 y seguimos juntas”.
En la actualidad siguen asistiendo entre 20 a 25 alumnas, muchas desde hace 40 años, que se reúnen todos los lunes y miércoles.
Marta también promovió otros tipos de cambios. En una ocasión, con sus alumnas clasificaron para la final de una Gimnaseada Americana, competencia con asistentes de Argentina, Chile, Brasil y Uruguay, que se disputó en Buenos Aires. “Las chicas estaban listas para salir y no nos dejaron participar porque el Ipef tenía título provincial y no nacional”, recuerda.
“Llegué a Córdoba hecha una bomba, hablé con la regenta, pedimos permiso al Ministerio de Educación y nos fuimos a Buenos Aires a gestionar el título nacional. Y lo conseguimos”, rememora.
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